Minirreseña – ‘The Red Strings Club’

The Red Strings Club

Deconstructeam

PC, Nintendo Switch

LANZAMIENTO: 22/01/2018

Las Game Jams son caóticas y maravillosas al mismo tiempo. Por un lado, se fomenta del meterse la paliza para desarrollar, algo que algunos ven como una idea nefasta en el clima actual. Por otro, son una fuente increíble de creatividad e ideas frescas de desarrolladores independientes. Éste segundo caso fue el de The Red Strings Club, el título que nos ocupa. Esbozado por los valencianos de Deconstructeam en la vigésimo sexta edición del Ludum Dare, los siempre locuelos de Devolver Digital decidieron apostar por la distribución del juego. Y el resto… es historia.

The Red Strings Club nos sitúa en una indómita ciudad en un futuro distópico en el que el concepto de la humanidad se deshace como papel mojado. El hipercorporativismo, la pérdida del yo y el transhumanismo son el eje central de una aventura gráfica de elegante pixel art y composiciones musicales sombrías que nos llevará a destapar una conspiración mientras buceamos en nuestro yo más profundo a lo largo de unas breves, pero intensas, horas de juego.

Si bien a lo largo de la aventura podremos controlar a tres personajes distintos —cada uno con sus propias mecánicas y formas de afrontar los desafíos—, la mayor parte de nuestro tiempo a los controles de Donovan, un camarero que redobla como agente de información y es físicamente incapaz de integrar implantes cibernéticos en su cuerpo. Con su labia y talento para la coctelería, sonsacaremos información o influiremos en la opinión de nuestros clientes. Y con su talento para la coctelería no hago referencia sino a la habilidad principal del personaje: preparar diversas bebidas que alteren el estado de ánimo del cliente para facilitar las reacciones al conversar con ellos.

Al acabar la primera de las conversaciones, ya tienes una idea de dos cosas. La primera, lo brillante de la mecánica —y el abanico de posibilidades que indirectamente abre—. La segunda, el tono del juego. Crudo, incapaz de guardarse los puñetazos y oscuro, pero con su inexorable punto de humor que convierte lo que podría ser una experiencia depresiva en una suerte de tragicomedia de la que no puedes despegarte…

…pero que tampoco acaba de resonar del todo. Tras una partida continua, mi reacción fue algo vacua. Un “genial, ha estado guay, pasemos a otra cosa”. No sabría explicar por qué, pero tenía la sensación de que al levantarme al día siguiente la experiencia completa sería un recuerdo algo difuso. Y tampoco lo entiendo, porque mi partida fue más que grata y el interés que tuve por el mundo fue real, mas haya sido efímero.

Eso sí, el desarrollo de la historia y ver cómo obtienes de una forma u otra distintas piezas para construir la visión de conjunto es más que disfrutable —y se puede intuir muy claramente que los eventos de la secuencia variarán en función de tu desempeño—, pero la estructura a veces cae en lo repetitivo. Quizá por las limitaciones técnicas, quizá por designios de una narrativa que nos quiere hacernos sentir tan encerrados como el protagonista. Eso sí, como ya adelantaba, la duración del juego no es tan extensa como para que eso sea realmente un problema.

La diversidad de rutas semiconvergentes es capaz de hacer que la primera partida de cada jugador sea única, si bien la imagen que construyes al final acaba siendo equivalente por muy desfasada en ángulo que se halle. Quizá eso arruine una segunda partida para algunos. O la haga especial para quienes disfrutan ver todos los lados y posibilidades. Por mi parte, es un riesgo que he decidido no correr por ahora y que dejo para cuando el recuerdo se erosione un poco más.

The Red Strings Club es una de esas pequeñas joyitas en el catálogo que si te cruzas merece la pena disfrutar. Una de las que quizá no permanezcan en nuestro imaginario durante mucho tiempo, sí. Pero una joyita al fin y al cabo.