
Onward
Dan Scanlon, 06/03/2020
La historia tras el anuncio de Onward y su posterior llegada a cines ha sido, ciertamente, escabrosa. Tras un descafeinado anuncio como nota al pie de página de un panel de la exposición D23 y una salida a escena formal en un simple tuit de poca relevancia, el camino hacia el lanzamiento del filme no fue muy afortunado a nivel de mercadotecnia. Y, cuando por fin alcanzó las salas de cine, el mundo tenía una preocupación más seria que disfrutar de la última aventura de Pixar.
Por suerte —o por desgracia—, el filme dirigido por Dan Scanlon tuvo que intentar buscarse una segunda vida en los servicios de vídeo bajo demanda. Y es que quizá éste sea uno de esos filmes que pierde para su público principal parte de su encanto sin la magia del cine para granjearse una buena primera impresión.
El star power de su elenco original, con las voces y trajes de tinta de las estrellas del universo marvelita Tom Holland y Chris Pratt consigue atraer las miradas de algunos, pero no es suficiente como para garantizar más atención mediática que la que puede obtener por sí misma la firma de animación.
Onward cuenta con una premisa interesante: ¿qué ocurriría en un mundo mágico en el que la tecnología fuera más conveniente? Sólo con esa introducción que nos evoca los clásicos carruseles de evolución vemos cómo el mundo se despliega de forma orgánica e inteligente durante los primeros minutos de la cinta: las criaturas mitológicas se vuelven vagas y dependientes, los animales fantásticos pierden ese tipo de consideración para volverse poco más que plagas. Pixar lo había vuelto a hacer.
Por desgracia, no es oro todo lo que reluce. De poco importa un mundo tan rico si la historia que nos cuentan no es tan mágica —perdón por el juego de palabras— como a la que nos acostumbra el estudio. Quizá como homenaje a un periodo pasado —algo que otras cintas hacen con más acierto— o quizá por una carencia total de ideas, las idas y venidas argumentales llevan a los hermanos protagonistas a un… viaje por carretera. Sí, un viaje por carretera en el que se busca la magia de tiempos pasados, pero no deja de ser incapaz de hacer otra cosa que no sea marcar casillas de la lista de tropos sin ningún tipo de metanarrativa que lo justifique.
Este viaje me proporcionó sentimientos contradictorios. Por un lado, no dejamos de tener escenas memorables y divertidas que contrastan los dos mundos que propone la obra. Por otro, muchos estadios de la historia son claramente tan predecibles —o, directamente, inconsecuentes— que el espectador pierde un poco el interés.
Sí que he de aplaudir, eso sí, la integración narrativa del “eh, esto es como mi partida de rol”. Se trata de un tropo tan manido que cualquier aficionado al género hace bien en acercarse con escepticismo. Pero, de alguna forma —quizá por la misma construcción del mundo o por cómo se hilvana perfectamente con los arcos de los personajes—, se termina sintiendo como un tapiz orgánico en su narrativa y una buena adición al trasfondo. Quizá carente de alguna floritura que no nos hiciera caer tan rápidamente en el tropo del argumento diseñado para el protagonista a un nivel tan básico, eso sí.
En resumen, Onward es un buen filme. Una tarde muy entretenida con un despliegue técnico como pocos más que Pixar saben llevar a cabo. Pero, en una compañía que tanto nos acostumbra a la excelencia, una proporción tan alta de potencial desaprovechado hace que quede como una de las menos memorables del catálogo. Y eso es una pena.